Ha empezado un nuevo año, el 2017 ya está aquí. Cada cambio de año genera una oportunidad para llenar nuestras vidas de buenos propósitos. Es como si se tratara del recuerdo de que siempre disponemos de otra oportunidad para iniciar un nuevo comienzo. Otro año empieza y con él se remueven ilusiones, esperanzas e inquietudes: “quizás este año sea mejor, quizás pueda cumplir alguno de mis sueños, quizás la vida sea más amable conmigo y me dé más alegrías…” Reflejos que transparentan un deseo compartido por todos/as, un deseo natural que habita en cada uno/a de nosotros/as…el deseo de ser feliz. ¿Quién no quiere ser feliz? ¿quién no lleva adelante acciones, proyectos y persigue objetivos con la intención de fondo de tener una vida más feliz, más plena y más satisfactoria?. No es casualidad de hecho que desde el primer momento del nuevo año nos deseemos antes que nada felicidad: “¡feliz año nuevo!”, “¡feliz 2017!”.
La búsqueda de la felicidad nos invita a realizar grandes y pequeños esfuerzos por encontrar aquello que creemos que puede saciar nuestra sed de ser felices. Así, partiendo de una serie de premisas que generalmente damos por válidas, consciente o inconscientemente, nos movemos en favor de esa búsqueda, asumiendo en muchos casos por ejemplo que la felicidad está fuera de mí y que algo externo a mí me la proporcionará (un buen trabajo, una pareja, más dinero…), que la felicidad tiene que ver con conseguir o atraer cosas a mi vida que no tengo o que la felicidad obtenida nunca es suficiente, siempre se puede desear un poco más. Estas premisas tienen dos implicaciones importantes, una, que la felicidad consiste en traer a mi vida algo que no hay (algo así como llenar un vacío) y dos, que por definición de lo dicho esa felicidad se encuentra en un momento futuro, siempre en un mañana mejor. Esto a su vez implica que con mi vida tal y como está ahora no es posible ser feliz como yo quiero y que por tanto en el presente actual difícilmente podré satisfacer la necesidad de una vida feliz.
Estas tendencias de la mente y del corazón que buscan la felicidad son muy habituales (al menos en mí lo observo con mucha frecuencia) y es cierto que pueden pasar inadvertidas si no nos paramos a investigar y reflexionar sobre ello. Es cierto que muchas situaciones venideras van a traernos momentos de felicidad y dicha, sin duda alguna, pero también es cierto que toda situación es cambiante y que lo que hoy me hace feliz quizás mañana no me lo haga tanto. Los eventos de la vida, siempre cambiantes, siempre impermanentes pueden no ser una apuesta segura a la hora de invertir todas nuestras esperanzas en ser felices.
Quizás junto a esa motivante intención de querer conseguir cosas deseables también sea interesante practicar lo opuesto, es decir, el no querer conseguir nada, el simplemente estar con las cosas tal como son, el conectar con nosotros/as mismos/as aquí y ahora y ver qué sentimos, cómo estamos, y por qué no, acogerlo y abrazarlo. Más que nada porque dado que parece que todo es impermanente es mucho riesgo jugarnos en una vida todas las posibilidades de ser felices en cosas que están destinadas al cambio. Sin embargo podríamos abrir la puerta a la posibilidad de probar que pasaría si en lugar de desear cosas todo el tiempo aprendiera a soltar lo que no necesito, qué pasaría si al tiempo que sigo buscando también probara de vez en cuando a no buscar, qué pasaría si simultáneamente a la búsqueda de la felicidad ahí fuera también hubiera ocasiones en las que hiciera una pausa y viera qué ocurre si echo un vistazo ahí dentro, en mi interior. ¿No es acaso el encuentro con uno/a mismo/a, la simple y profunda intimidad con nuestro ser, el contentamiento con querernos y aceptarnos tal como somos lo que en el fondo estamos buscando?
En realidad es posible que esto no sea más que otra hipótesis, eso de que la felicidad se encuentra en el interior de cada uno…pero… ¿y si sí?